7.2.09

Delirios de grandeza

(Escrito en momentos de locura e imaginación atormentada... No se la tomen muy en serio. Estaba escribiendo un ensayo sobre el apartheid)


Siendo yo un ser humano perfecto, ¿por qué habrían de ocurrírseme ideas tan deshumanizantes y brutales como las que ahora merodean mi cabeza? Es mi mente universitaria -tan saturada de información- la que se deja llevar por un delirio inacabable -pero intermitente- y maquina planes tan macabros; la elaboración de un juego en la que la única ganadora y bienaventurada entretenida soy yo y mi perverso ego imaginativo. Es el genio cruel del aburrimiento quien me hace pensar en jugar a ser Dios. Las conversaciones con gente de una índole maliciosa tan guardada como la propia, hacen que sutilmente germinen ideas dentro de nuestra (de mi) cabeza. Ideas sobre cómo jugar a ser Dios. Y a veces es mejor (creo que es mejor) que esa travesura tan terrenal -como todos los placeres- quede en palabras, en frases intrincadas y juegos metafóricos.

No encuentro una explicación y a lo mejor no tendría por qué encontrarla, son sólo ideas las que invaden los minutos que pasan en una clase que no me interesa ni en lo más mínimo.

Construyo un refugio, un refugio subterráneo con todas las comodidades que necesito para mi paz mental y corporal. El cuerpo es también parte del alma post-moderna. Lo material ya no es prescindible, las apariencias sí importan. ¿Cruel verdad? A lo mejor… Me alejo de la luz que me quita la inspiración. Siempre la oscuridad se adapta mejor a las ideas oscuras.

Segmentar, segmentar. No puedo de buenas a primeras juntar a las razas que serán motivo de mi nuevo mundo. Cada uno de mis movimientos está calculado. Nadie moverá ni un solo músculo si no lo he comandado yo primero. Será el inicio de una era de perfección, de un autoritarismo que encuentra su pureza en el simple deseo de erradicar los males de la raza humana.

Los primeros serán los que instituirán el aspecto que busco. Como dije, la mente ya no puede estar sola. Quiero a los de ojos bonitos, pestañas largas, lampiños, de buenos abdominales y glúteos firmes. A los que hagan reír a la gente, que en su carácter denoten buen humor y pasta de buena vibra. Habrá que hacer todo un seguimiento. No es un proyecto a corto plazo. Serán meses de investigación. Todo comienza con una buena idea. Claro está que esa idea ya nació y no verá su muerte hasta que bien entrado su desarrollo, nadie pueda hacer nada para destruirla. Mala hierba nunca muere.

Quiero a los de caras poco comunes, de cuerpos no tan perfectos, sólo algunos de mentes vagas pero de almas buenas, a los que no se les ocurra una idea como la que tuvo su creadora. Crear una raza nueva. Vaya catástrofe. Necesito no personas, sino pedazos de carne para reproducir una nueva raza. ¿Para qué comprar todo el chancho, si sólo quiero 100 gramos de chorizo?

Quiero a las mentes brillantes, a los de sabiduría sesgada, a parias del mundo de la luz. A aquellos que en su soledad y aspereza encuentren la inacabable capacidad de crear. Ellos serán los padres de los nuevos intelectos.

Tendré que arrancarles las cuerdas vocales. No me gusta el ruido de la desesperación. Los ataré a paredones de fusilación de libertad. Serán sólo mis animales de experimentación, mis objetos de estudio, mis ratas de laboratorio. Los privaré de todo movimiento y sensaciones y dejaré nada más sus genitales expuestos al aire. Serán mis probetas, mis vientres de alquiler. No quiero verles las caras y sentir la inescrutable y patética pena a la que me condiciona mi humanidad.

Los que nazcan serán todos mis hijos; más hijos míos que los que pudieran brotar de mis entrañas. Una nueva casta con la carga genética no adquirida de los que dieron su materia física. Llevarán la naturaleza genial de las parias. Pero llevarán mi mente, mi alma. Serán todos perfectos. Serán todos hijos míos.

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