29.12.10

TOPTEN del DOSMILTEN (the good, the bad and the ugly)

Porque como no hay mal que por bien no venga...
  1. Amar/amor/desamor: Quedaría muy grande aseverar que "el olvido no tiene memoria", porque sí la tiene, por muy débil que sea. Entonces, yo aún recuerdo los buenos momentos... porque quién querría olvidarlos realmente? Pero, y siempre hay un pero (diría que felizmente, aunque no siempre es así), el olvido es el buen amigo de la tranquilidad mental que tanto me costó encontrar y que me dispongo a guardar a buen recaudo. Paz luego de sangre, sudor y lágrimas producto de una revolución histérica y galopante. Una revolución en la que murieron los sueños obsesos de conservación de una niñez que hacía rato había mermado. Porque hay que aprender que amar mejor es mejor que amar más. Y ahora puedo decir entonces que soy yo la que ama sin expectativas sino con deseos, sin angustias sino con calma, con una sonrisa entera y sincera y feliz. Es él, con el que camino de la mano durante horas, conversando de nuestros sueños, de nuestros miedos, de nuestras heridas. Él quien con un beso en el omóplato me recuerda la condición humana que nos acoge. Él quien cierra los ojos y, mientras que sus dedos ágiles se deslizan entre los trastes de la guitarra, canta con una sonrisa en los labios canciones serenas o sus versiones en punk. Y al que veo cuando alzo la mirada al despertar, el que me aprieta contra su pecho y hace sentir protegida. El que me hace reír, y me hace suspirar, y hace que me de cuenta que ya no le tengo más miedo a nada. Y hace que me de cuenta que, a pesar de los pronósticos nihilistas de la yo que tanto odié, estoy enamorada.
  2. Un año MUY exitoso: no es fácil, no. Menos aún cuando una tiene algo que se llama "flojera crónica"… Luchar contra una misma, no salir hasta tarde los viernes a pesar de las semanas de trabajo arduo en la oficina, levantarse todos los sábados temprano por la mañana, ponerse el buzo, quitarse los aretes y la cadena y salir a dar vueltas sola por Gamarra y el centro de Lima, cargar los paquetes y volver a casa ya tarde, se volvió mi pasatiempo único y favorito durante los meses en los que aprendí que mi futuro está solamente en mis manos, y que era mi deber sacarme del hoyo en el que me había hundido de mil maneras. Así, me senté muchos domingos con una película en la computadora y mis alicates en mano haciendo collares, pulseras, vinchas, inventarios, facturas e ideas de cómo seguir avanzando, haciendo esto que me gustaba y con lo que continuaba mis jornadas laborales. Y luego los días de semana, en que aprovecho mis horas de almuerzo para avanzar con el trabajo administrativo y marketero de la pequeña empresa de la que soy feliz y omnipotente –qué palabra tan grande- dueña. Poco a poco fui viendo cómo empecé a crecer –siempre con una sonrisa en la cara al darme cuenta de lo que soy capaz-, cómo sigo creciendo, cómo seguiré creciendo con paciencia y buen humor, y tesón y el apoyo y confianza de los que tengo alrededor.
  3. Los billetes no crecen en los árboles. Porque todos alguna vez cometemos la burrada de tener una tarjeta de crédito y no pagar el monto total, sino los mínimos... durante tanto tiempo que se vuelve una bola de nieve que crece tanto que es imposible pararla... hasta que te cae encima y te aplasta y te ahoga y te hundes en una depresión que te hace comer todo lo que encuentras en el camino. Y entonces tienes que ir cavando un tunel hacia la superficie para no ahogarte. Después de estar bien enterrada durante todo el 2009 (declarado oficialmente como el peor año de mi vida), el 2010 me trajo -después de mucho trabajo, eso sí- la tranquilidad económica que tanto había añorado. Y aprendí entonces que hay que ser consciente, y hay que guardar pan para mayo (y junio y julio y agosto y el resto del año). Y que las cuentas bancarias no sólo sirven para tener tarjetas que adornen la billetera, sino para no guardar la plata bajo el colchón, y poder ahorrar. Eso si, sin pretender vestirse con bolsas de basura y comer las sobras del chifa de la esquina. Hay que saber engreírse también.
  4. Sentirse local en el pellejo propio: y ya, supera mamita. Siéntete cómoda con quien eres. Come rico –pero ahora es tiempo de hacer una buena dieta-, duerme bien. Lee, toma fotos, canta a voz en cuello. Disfruta de todo aquello que durante tanto tiempo apartaste de tu cabeza y date cuenta que la vida es demasiado corta para pretender ser algo que no se es.
  5. Amigos de vuelta, amigos nuevos, buenas noticias: y sí, cuando uno se enamora comete la burrada de dejar al lado del camino algunas amistades. Pero cuando el amor se acaba es hora de dar unos pasos hacia atrás y recogerlas. Así que el 2010 fue un año de pasos hacia atrás, recuperando conversaciones que no había tenido, compartiendo cafés, cigarros, juergas memorables y todo aquello que decora las vidas de aquellos que todavía no estamos casados, ni tenemos hijos ni mayores responsabilidades que nosotros mismos. Pero si hay algo que amé más del 2010 que recuperar buenas y viejas amistades, fue conocer a la comisión de las Naciones Unidas, que sigue creciendo cada día que pasa y que se aloja en un rinconcito limeño que adoro: Barranco. Conformada por gente de diferentes partes del mundo, como en algún momento fue Rochester, nos juntamos a pasarla bien, a comer rico, a bacilar y a intoxicarse con la ya tradicional y popular Cocona Sour de Rita. Y estas gentes que adoro tanto, nuevos y viejos, me han dado miles de buenas noticias que han hecho que este año sonría más de la cuenta. Y entonces, las arrugas que se forman en mi cara, son marcas de felicidad y no me importa.
  6. Música a mi. Sí, siempre –desde que empecé a cantar en el coro del André Malraux, mi colegio de toda la vida, a los 7 años- la música fue parte de mi vida. Esperaba con ansias los concursos de coro en Nueva Acrópolis en el teatro Peruano Japonés. Practicaba durante horas –pobres vecinos- las canciones que nos enseñaba Lucho Nomberto, el director del coro, en flauta dulce. Y cantaba en la ducha, en la movilidad, y donde podía. Take me enseñó a tocar guitarra. Clemens empezó a enseñarme a tocar cello. Conocí a muchos músicos, me enamoré de muchos de ellos. Pero siempre fue un hobbie hasta el 2010, en que –por casualidades de la vida- entré a trabajar a Sayariy. Aunque la música criolla me remitía a las picanterías de comida norteña, y a cervezas alegres acompañadas de ceviches de ojo de uva, estar en Sayariy me enseñó no sólo el amor al arte, sino a trabajar con gente con una convicción ineludible por lo que hace, con el amor y la dedicación incansables. Y también canté con Natasha Luna. Y recordé los nervios al subir a un escenario, sentir las luces en la cara, no poder ver a los que te están mirando. Y las piernas temblando, y las manías que te enseña el pánico. Y conocer a esta gente maravillosa de talentos incomprendidos, a los que ahora extraño y ya no veo tan seguido como quisiera, porque tomé la decisión de seguir por un camino distinto. Aunque la música sigue siendo parte de mi vida, es mejor dejarla para aquellos que viven por ella. Yo vivo para disfrutarla, pero no tengo talento suficiente para hacerla.
  7. Personas perdidas: porque no todo puede ser perfecto, y porque siempre tenemos que aprender de todo lo malo que pasa. Y porque nadie tiene la vida comprada, y porque nunca hay que pensar que podemos dejar para más tarde lo que podemos hacer hoy. El año pasado no sólo perdimos a la abuela que mantenía a la familia unida, sino que perdí a un gran amigo. La abuela, matriarca de una familia que ahora mantiene la tradición, mantuvo los puños en alto contra una enfermedad que la aquejaba hacía años. Muchos diría yo. Al final lo que nos queda de ella es la admiración que nos inspira, y no solo en la familia sino a la ciudad entera que la vio crecer y ser el ejemplo de mujer que merece un premio. Danny, en cambio, se fue luego de una enfermedad que nadie tuvo tiempo de entender ni asimilar. No lo vi, y me arrepiento en el alma no haber cumplido con mi palabra. Uno siempre piensa que tiene más tiempo. Pero no sabemos si eso será cierto. Hay que vivir la vida y no dejar que la vida nos viva.
  8. No viajé como quería: así que he declarado el 2011 como el año de los viajes. Aunque todavía no decido los destinos.
  9. Seguí subiendo de peso: en mi defensa, la felicidad engorda. Pero este año será también el año del autocontrol.
  10. Simplemente porque sí. Porque decidí que uno hace su felicidad. Porque decidí que es mejor ya no sentirme mal.



22.10.10

El equilibrio

A diferencia de todas las demás oportunidades en que habíamos terminado argumentando una diferencia abismal entre nuestros carácteres, gustos, afinidades y demás, el término de aquella relación que otrora habíamos defendido a capa y espada, era inminente y ya no había más la voluntad de hacer que sobreviviera a la distancia, o a otros obstáculos.

La parte más difícil, al menos para mi, fue volver a encontrarme en medio de los escombros. Así, me di cuenta que toma tiempo -y no es como en las peliculas, en las que un simple cambio de escena repara el ánimo y el semblante- volver a estar con uno mismo, disfrutar de la soledad, desarrollar el intelecto y no una predisposición a estar a la defensiva con las demás personas. Hay que aprender a tomarse un café con uno mismo de cuando en vez, o ir al cine solo y así disfrutar de la compañía propia, y no sólo de la ajena; pero claro, tampoco hay que confundirse: es bueno tener gente alrededor para no correr el riesgo de volverse un ermitaño.

Pretendemos ver el mundo con los mismos ojos de inocencia. No hay que engañarse, eso no pasa. La inocencia se va entumeciendo y se vuelve una especie de vitral con el pasar de los años y de la gente que nos hace daño. Yo, hasta hace poco, no tenía ganas de comer y las nauseas me invadían sin remedio. Cosa que nunca me había pasado, hay que aclarar. Normalmente la angustia me gana y termino con la boca repleta de lo primero que interceda mi paso, sintiendo que el vacío se llena falsamente. Pero esa vez fue diferente.

Ya miraste al techo y te preguntaste mil veces -luego de enjuagar el camino de sal que dejan las lágrimas secas- qué hiciste mal. Abriste la caja de recuerdos tantas veces desempolvada, y ya ni siquiera recuerdas la verdadera esencia de tu nostalgia. Son sólo imágenes distorsionadas de lo que fue un amor infantil, poco sano, intenso pero desconfiado. Recuerdo cuánto te costó volver a llorar de alegría o ternura y no de tristeza. Cuánto tiempo pasó antes de sentir saudades y no arrepentimientos, verdad? Lo recuerdo con pesar. Yo estaba ahí.

No te martirices, nunca habrá sólo una respuesta. ¿Es eso malo, acaso? Sí, yo sé que no puedes con la curiosidad o la incertidumbre. Sé que siempre quieres afirmaciones concretas ante tus inquietudes, pero no las hay. La única conclusión es que hay cosas que no fueron "meant to be" como pensaste durante tanto tiempo. Los "what if" se convierten en surcos en un terreno que no volverás a cultivar, por el bien de tu salud mental. Lo aceptaste?

Cosa seria, chica. Cosa seria. Quitarse las malas costumbres es tarea para la casa. A conciencia, con determinación y fuerza de voluntad, con calma, de a pocos, sin tirar con fuerza porque puede quedar la raíz y volver a echar frutos. Siéntate en la orilla, yergue la espalda y disponte a abrir de par en par todos los chakras. Luego toma un vaso de jugo de naranja bien helado y sin edulcorante. Si hace sol, ponte los lentes oscuros y respira el aire fresco que se cuela entre los mechones de pelo. Siente la arena bajo las plantas de tus pies, date cuenta que la vida es sólo una y que no podemos perder el tiempo. Quitarse las malas costumbres es tarea para la cama, para la almohada y para los años venideros. Amárrate una pitita roja en la muñeca si es necesario recordar que no hay que dar un paso hacia atrás. Aunque siempre damos uno que otro. Los próximos que sean más largos y firmes. Que dejen huella. Que te hagan recordar que antes pudiste y que ahora también.

Quieres que te cuente un secreto? Estás encontrando el equilibrio. Y vas a aprender a mantenerlo a toda costa. A recogerlo si lo pierdes, a prestarlo si te sobra.
Hay que recordar, a cada segundo que el reloj hace tic y luego tac, que si no dejamos de urgarnos las heridas, éstas nunca sanarán. Basta. Las malas costumbres en un sobre y de vuelta a las personas que las plantaron en medio de nuestro yo anterior. O en el mejor de los casos, a un buzón de correo en tierras inhóspitas, sin destinatario.

Control, auto-control. Respira y sigue. Tu bien-estar eres tu, y tu nada más.