Un poco nervioso, Nakankari Takeshi se acerca a ella. No me pregunten por qué el apellido va primero en el japonés. No sé la respuesta. Ichi, ni, san… Los pasos siguen, y los nervios no se detienen. Su pecho está a punto de explotar por la intensidad de sus latidos. Por un momento piensa en girar sobre su propio eje y revertir la marcha que había emprendido hacía ya exactamente 25 pasos. ¿Pero qué estás pensando? ¡No puedes hacerlo!... Se detiene. Durante un segundo, el eco se expande, y luego silencio. Como si el mundo se hubiese parado y las ramas de los cerezos no se agitasen más.
-Konban wa
No lo podía creer... sus manos se congelaron, seguidas de su cuerpo. Y su voz, simplemente no llegaba a desprenderse de las cuerdas vocales petrificadas que habitaban su laringe. Dio media vuelta, y efectivamente, sabiendo que en aquel pasillo no estaban más que ellos, comprobó que aquellas dos palabras habían sido pronunciadas por ella. La enigmática. De la que nunca se podía deducir nada, ni de miradas, ni de tonos de voz. Dos ojos grandes, verdes, de pestañas largas y finales razgados asomaban entre una abundante y lacia cabellera negra.
-Konban wa. Hajimemashite. Sumimasen, o namae wa?
Por supuesto que sabía cuál era su nombre. La había observado más de una vez, a través de los arbustos del jardín, de las cortinas traslúcidas de cada habitación, a lo lejos y una vez durmiendo, pero sólo de casualidad.
-Watashi wa Shigetomi Akemi Des, Dozo yorishiku onegaishimas!
-Dozo yorishiku onegaishimas... Ore wa…
-Takeshisan ne?
-Hai!
Ella sabía cómo se llamaba. Una sensación de felicidad extrema, nació desde la base de su cabeza y desde el centro de su cuerpo y lo invadió todo. Sonrió. No supo qué más decir. No quería arruinar el momento. La miró largamente, durante minutos que pasaban en cámara lenta, deslumbrándose hasta llegar a un estado aletargado de satisfacción completa. Luego, ella se paró y caminó de sentido contrario de donde él venía. Al final del pasillo, sus pasos se detuvieron.
-¿Vienes?
