14.11.08

Cartas de amor - I

Antoine, tienes razón. Ya no soy la que pide que le dibujen ovejas pequeñas, tan pequeñas que puedan vivir en mi pequeño planeta. Abrí los ojos, y a pesar de que tampoco he disfrutado demasiadas veces de las carnalidades o espiritualidades a las que nos somete la condición humana -débil ante los vicios- también disfruto de la vida. Aunque a diferencia tuya, no me dejé amilanar por aquellos que criticaron a mi boa come elefantes.
El arrepentimiento es un puñal encajado en la memoria que mata de a pocos el tono crema de las imágenes que la decoran. Pero yo no me arrepiento, sólo sonrío y me siento un barco a la deriva en un mar de emociones que añoro. Me sorprendo de cuán cursi puedo llegar a ser.
Sutil es el arte de escribir. Aún más sutil es de aceptar que el pasado yace en textos metafóricos que arrancan sonrisas. Sonrisas y tal vez una mirada triste y vagabunda. Y tal vez el deseo reprimido de coger el teléfono y apretar el agudo pinchazo del orgullo bajo los dedos. Tiemblo cuando pienso tu voz, tus gestos, tu olor, tus movimientos, tu cuerpo...
La realidad de esos días era extrañable, intrañable, ineludible...esa realidad que ahora es sueño, y que aún ahora se muetra como una escena de caza en la que tu y yo somos las presas. Los sueños no siempre mueren al enfrentar la realidad.
Pero, aún así, las relaciones humanas son una compleja maraña de hilos que nunca llegan a un fin. El amor, querido Dostoievski, debe ser fácil, sin esfuerzos, sin tener que ceder. Llevo el pelo largo, las manos de fotógrafa y tengo la certeza de que el hilo conductor entre nuestras turbadas mentes sigue intacto. El universo es una sarta de dualidades, y una sátira al uno darse cuenta de que nosotros no pudimos evitar la repulsión de polos que no son del todo diferentes...