9.11.08

Take a breath

Desde aquella ventana podía ver la niebla que volvía todo confuso. Conté los días nuevamente, y verifiqué que, efectivamente, faltaban sólo 14 días para sentir un año más sobre los hombros. Sí, actitud pesimista. No recuerdo en qué momento empecé a tenerla.
Volví a desdoblar el papel que se había vuelto amarillo con los años. Ahí estaba su letra y también los recuerdos de todo el tiempo que había pasado. Era hora de que la carta volviera a la caja empolvada de donde había salido. La débil cuerda que mantiene a mi nostalgia atada, se había desamarrado y me había dejado en un descampado de recuerdos y saudades. No todo tiempo pasado fue mejor.
Cuando pequeña, esperaba mi futuro como un camino brillante. Y para mi, el brillo se proyectaba desde un lugar feliz. Pero he perdido un poco el camino hacia ese lugar. Ahora me veo como tiempo desperdiciado en tratar de convertirme en alguien que no soy. Creo que mi madre se equivocó al jactarse de tener una hija inteligente. Encontré la ironía en la bipolaridad de sus comentarios a lo largo de los años, porque si hablamos de golpes bajos, tendría que mencionar la confesión entre copas de una madre que se siente desilusionada de su hija... pero no lo haré. Touché.
25 finalmente. Números y más números que me hundían un poco en la pesadez de la nostalgia y de la autodecepción. Autodecepción? Oh si... Me dejé inundar por todos los comentarios de la gente que tuve alrededor, haciéndome creer que la vida es de una sola manera y que hay que aparentar lo que no se es. No more. No más cambiar para verme bien ante los ojos de los que aparentan tener una vida perfecta.
El peso de los 25 años no era el mismo de los 24, ni de los 23. 25 es un número que le da un caché especial a la mujer. No es ya la niña naive, ni la mujer madura. Right, cómo quería creer que estaba en la flor de la vida. Seguía en Lima esperando el verano, en el mismo tedioso trabajo, saliendo siempre hasta tarde y tratando de quitarme las penas de las peores maneras.
Me mantenía apoyada contra la baranda de madera de olor añejo que decoraba el balcón. En mi mano una taza de té caliente y un cigarro y en mi mente nada más que una imagen que se mantenía inmóvil. El paisaje se borraba entre la neblina que corría y no llegaba a distinguir los pisos más altos de los edificios o los árboles de la cuadra siguiente. Me paré finalmente, habiendo aceptado mi destino a corto plazo. Fue entonces cuando me di cuenta de cuán importante era vivir realmente el momento y no dejarse apabullar por el futuro que no tenemos a mano. Apagué el cigarro y bebí el último sorbo del té ya frío. La caja de cartón esperaba callada en un rincón del cuarto, así que la levanté, la puse sobre la cama que ya era mía. Y así empecé. En poco tiempo tuve sus fotos y regalos bien dispuestos en la comodidad de una caja que se disponía a almacenar recuerdos que ya no tenían cabida en mi corazón. Sí, ese entonces fue el primer paso de asumirme y de no voltear para atrás. Mi tranquilidad descansaba ahora sobre la certeza de que yo había quemado hasta el último cartucho y no estaba dispuesta a aceptar menos de lo que sabía que realmente valía. No. Dicen que nadie muere por amor. Yo de lo que estoy segura, es que se puede empezar a vivir nuevamente cuando se ha superado un corazón roto.